La llegada de un nieto es un momento decisivo en la trayectoria vital de las personas. No nos modifica la vida, como lo hace el nacimiento de un hijo, pero introduce grandes cambios en las relaciones familiares.
Convertirse en abuelo es una inmensa alegría. Una inyección de vida. Una nueva fuente de afecto que llega cuando los hijos ya no nos necesitan. El momento del cariño ocioso no ejercitado con los hijos… «Ser abuelo por primera vez significa recuperar y compartir la ilusión de volver a estar con niños pequeños», ataja el psiquiatra Javier de las Heras. Los nietos nos contagian la alegría infantil, pero su llegada no implica los grandes cambios que introdujeron en nuestras vidas los hijos. «El nieto es algo más lejano. No es una decisión personal como lo fue el hijo, con el que el vínculo es más directo y cuyo nacimiento supone un cambio radical en la trayectoria vital de las personas: los hijos nos hacen madurar; los nietos, a veces, rejuvenecer, porque con ellos volvemos a hacer cosas que ya hicimos como padres», añade el psiquiatra.
Relaciones de igual a igual
Para el psicólogo Carlos García Carpintero, profesor del Master de Terapia Familiar de la Universidad Pontificia de Comillas, los nietos no sólo rejuvenecen a los abuelos sino que, además, los acercan a sus hijos, «con los que se establecen unas relaciones mucho más simétricas, porque el abuelo deja de ser quien manda en la familia». Se trata ya de unas relaciones de igual a igual, que, en palabras del psiquiatra Javier de las Heras, comienzan a gestarse en el mismo momento en que los hijos abandonan el hogar paterno: «Cuando se casan o se van de casa, las relaciones de los hijos con sus padres suelen mejorar significativamente. El hijo se hace menos combativo y las asperezas desaparecen a medida que empieza a tomar conciencia de los sacrificios que sus padres han hecho por él. Cuando nace el nieto, los abuelos consideran ya definitivamente a su hijo como un adulto, y le tratan como a un igual».
Cuando el abuelo se obstina en seguir siendo quien impone las normas o el hijo delega sus responsabilidades como padre en él, aparecen las disfunciones, advierte García Carpintero, quien en el ejercicio de su profesión en los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Getafe vive de cerca los problemas de los mayores. En opinión del psicólogo, es muy frecuente que estas personas, a falta de otras fuentes de motivación, se refugien demasiado en la familia. «Y cuando los abuelos depositan excesiva afectividad en los nietos, hasta el punto de intentar suplantar a los padres del niño, aparecen los riesgos», observa. Es verdad, por otra parte, que, a falta de suficientes servicios sociales destinados a la infancia, a los abuelos les ha tocado asumir, en muchas ocasiones, el cuidado de los pequeños, sobre todo en los casos en que ambos padres trabajan. En las parejas trabajadoras, los intereses de ambos miembros son, además de los hijos, otros: el trabajo, la carrera profesional, el ocio… y los hijos pueden adolecer de una falta de atención que suplen los abuelos. Esa responsabilidad que, desde un punto de vista social, interesa que asuman los abuelos, «puede ser un arma de doble filo –observa el psicólogo– si no se basa en la flexibilidad y en la convicción de que no es el abuelo el que tiene la última palabra en la educación de su nieto. De otro modo, el hijo se sentirá desautorizado».
Se disfruta más con los nietos
Cuando la relación del abuelo con su hijo es la de apoyo y complemento en la crianza del pequeño, el éxito suele estar asegurado. Porque la función socializadora de los abuelos en la formación de una persona es fundamental. Son transmisores de conocimientos y valores, un modelo de envejecimiento, mediadores entre padres e hijos, un nexo con el pasado y con la historia familiar… Las relaciones del abuelo con su nieto poco o nada tienen que ver con las que estableció con su hijo. Hay elementos que desaparecen, como la responsabilidad y el estrés que de ella se deriva. Y otros que emergen de forma paulatina, tales como la comprensión, la paciencia, la experiencia… La ausencia de unos y la aparición de otros permiten disfrutar de los nietos más de lo que en su día se disfrutó con los hijos. Aunque en nuestros días no siempre los abuelos son más permisivos que los padres, como puntualiza el psiquiatra Javier de las Heras, «entre ellos y los nietos se establece una relación de especial empatía, derivada del hecho de que, entre otras cosas, tienen más tiempo para dedicárselo a los pequeños y éstos les suponen menos carga». Se trata de unas relaciones sin prisas, volcadas en el placer mutuo, «más simétricas», apunta el psicólogo Carlos García Carpintero, «que permiten al abuelo “malcriar” al nieto siempre y cuando asuma que él no es quien fija las reglas y respete las que impone su hijo».
Una inyección de vitalidad
A los nietos no se los quiere ni más ni menos que a los hijos: se los quiere, sencillamente, de forma distinta por una mera cuestión evolutiva, vienen a coincidir ambos especialistas. Lo que sí representan a veces es una segunda oportunidad. Así es, por ejemplo, en aquellos casos en los que no ha funcionado como debía la relación padre-hijo o ha fallado la comunicación entre ambos, apunta García Carpintero. La llegada del nieto brinda una ocasión para revisar y restablecer las relaciones paterno-filiales.
Lo que está claro es que los nietos son una inyección de vida. Dan nuevas energías y hacen olvidar achaques cuando los abuelos llegan a esa edad en situaciones precarias de salud, de soledad o depresión. Pero también pueden dar lugar a situaciones de conflicto, que son más comunes en el caso de parejas todavía jóvenes cuyo interés por disfrutar del tiempo libre y su motivación por hacer cosas, como viajar o dedicarse a sus aficiones, entran en colisión con el «deber» de cuidar a sus nietos, un rol que muchas veces tienen que asumir debido al trabajo de los padres del niño y a la escasez de servicios sociales.
Las relaciones de pareja
Estas situaciones acarrean, en opinión de Carlos García Carpintero, un riesgo añadido que puede afectar a las relaciones de pareja. «Cuando un hijo abandona el hogar paterno, los padres han de renegociar sus relaciones de pareja, que durante mucho tiempo han pasado a un segundo plano debido a que han centrado toda su atención en el hijo. No es una tarea fácil, porque lo normal es que se haya producido un desgaste. Y en esta situación, la llegada de un nieto puede suponer una excusa para no repensar su relación debido a que de nuevo tienen que volverse a dedicar a la educación», explica el psicólogo.
Para el psiquiatra Javier de las Heras, sin embargo, el hecho en sí de ser abuelo no representa conflictos mayores. «Solo los hay en los casos de embarazos no deseados», puntualiza. La sensación repentina de envejecimiento, que lleva a algunas personas a prohibir que se les llame abuelo, «es un problema menor y pasajero, que queda suplida casi inmediatamente por la ilusión compartida con los hijos».
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